Sentirme parte de algo fue lo que logré en mi intercambio, luego de haberme atrevido a embarcar esta experiencia que era más grande que yo.
Todo comenzó en mi primera semana en Hungría, recién llegada, mi hermana me invitó a acompañarla a su ensayo de teatro, acepté emocionada, sin saber que ahí empezaría un amor muy fuerte. Tomamos un colectivo desde nuestra ciudad, Kiskunhalas, hasta Szeged, un viaje de una hora un sábado
a la mañana, era mi primera vez yendo a esta ciudad, me senté por la ventanilla para poder apreciar todo con detalle. Luego de un rato, llegamos al edificio y yo no entendía nada, mi hermana me presentó, aclarando que no hablaba húngaro, lo cual en ese momento me ponía un poco incómoda, porque sabía que significaba una barrera. Sin embargo, la directora fue muy amigable, desde el primer instante, trataba de comunicarse en inglés y cada que podía decía una palabra en español, como “bravo”, “buenas noches” o “perfecto”, cuando las pronunciaba me miraba y en el salón aparecían risas.
A lo largo del día sonaban canciones, voces cantando junto a los zapatos marcando las coreografías. A pesar de no entender ni una palabra, yo miraba todo hipnotizada, el idioma no era una barrera para la emoción que expresaban en el escenario. Y tampoco para el trato que tenían conmigo. Meses después fui a un campamento con ellos, todos me hicieron sentir bienvenida y cómoda. Todo esto aportó al amor que creé por cada obra que ví de ellos y al teatro en sí, al cual pude ir reiteradas veces, siempre acompañada de una gran emoción.
Semanas posteriores a mi primera visita al teatro, me llegó la invitación para asistir al campamento de Rotary, acepté entusiasmada, ya conocía a algunos, pero no había surgido ninguna amistad, por lo que estaba con nervios e incertidumbre, pero a las horas me sentí como en casa. Logré sentirme conectada, y formé una familia, nuestras experiencias nos unieron como si nos conociéramos de toda la vida. Desde entonces, cada uno dejó una marca en mí, una anécdota o un chiste con cada aventura que compartíamos día a día.
Estos dos encuentros me abrieron pequeñas puertas para que Hungría no sea tan ajeno. Al final de mi estadía, me crucé con la directora y el profesor de teatro. Pero esta vez hablamos en húngaro, pudimos formar un diálogo, lo cual me hizo darme cuenta de que ya no era la misma persona que había llegado, habían cambiado muchas cosas. El idioma, la cultura, la gente… todo se había vuelto parte de mí. Fue ahí que comprendí que la barrera que tanto temía al principio ya no existía. Hungría ya no era un destino elegido por mi curiosidad, había pasado a ser mi hogar.
Soy Lourdes, y esto fue un poco de la historia que marcó mi vida.
Escrito por: Lourdes
(Outbound 2023, Hungría D1911)
Editado por: Rotex 4851