Hola! Soy Abril y, a los 16 años, tuve la oportunidad de hacer un intercambio de 10 meses en Francia. Es difícil poner en palabras todo lo que viví, pero puedo decir que esos meses me cambiaron por completo. Un intercambio no es solo conocer otra cultura, también te hace crecer y salir de tu zona de confort.
Desde que supe que me iba a Francia, estaba súper emocionada, pero también había un montón de cosas que no había considerado, como lo difícil que iba a ser el idioma. En Francia, el francés es clave para comunicarte y hacer amigos. Muchos no hablan inglés o prefieren no usarlo. Al principio me costó un montón, pero al final fue la mejor manera de mejorar.
Otro desafío fue estar lejos de mi familia y amigos. Llegar a un hogar nuevo, con una familia que no conocía, un colegio diferente y una cultura completamente nueva, daba un poco de miedo. Recuerdo que cuando aterricé en París, sentí ese nudo en la panza que te hace dudar de todo, pero también sabía que tenía que animarme y disfrutarlo al máximo.
La clave para que un intercambio sea una buena experiencia es la actitud. Cada uno lo vive de forma distinta, y lo que más influye es cómo consideras cada situación. Algo que me ayudó mucho fue el apoyo de otros intercambistas. Desde el primer día, en un campamento de bienvenida, conocí a chicos que estaban en la misma situación que yo. Saber que no estaba sola hizo todo más fácil. Además, las clases intensivas de francés, las salidas y las actividades ayudaron un montón a que esos primeros días no fueran tan impactantes.
Los primeros meses en Francia fueron una mezcla de curiosidad y asombro. Viví en un pueblito llamado Amanlis, al sur de Rennes, en pleno campo. Es un lugar hermoso, ideal para desconectarse y estar en contacto con la naturaleza. Mi familia anfitriona fue muy cariñosa y me ayudó un montón con el idioma. Aunque había estudiado francés antes de ir, cuando llegué sentí que no entendía nada.
El colegio fue complicado al principio. No podía hablar con los profesores y no entendía las clases. Recuerdo que el primer día una compañera me anotó todo lo importante que decía la profesora y me lo pasó después. Ese gesto me marcó. Aunque el idioma era una barrera, todos fueron muy amables conmigo y tuvieron paciencia. Poco a poco fui encontrando maneras de comunicarme, aunque fuera con el traductor o con frases sueltas. En octubre ya podía hablar un poco más, aunque con errores. Practicaba todos los días, con mi familia, mis compañeros y hasta leyendo libros. Cuanto más aprendía, mejor me sentía.
El francés me pareció un idioma difícil, sobre todo por la pronunciación. Es de esos idiomas donde lo que escribís no siempre suena como esperas. Pero con el tiempo y la práctica, todo fue fluyendo.
Después de cinco meses, cambié de familia y me mudé a Rennes, la capital de Bretaña. Esta nueva etapa fue como un segundo comienzo. Ya hablaba con mayor confianza y me sentía mucho más independiente. Empecé a conocer mejor la ciudad y a disfrutar más de la experiencia. Rennes es una ciudad hermosa, con mucha historia y, sí, con bastante lluvia también.
Durante el intercambio, pude conocer otras ciudades y otros países, y conocí personas increíbles que hasta hoy siguen en mi vida. Fue una experiencia de crecimiento total, donde no solo aprendí sobre la cultura francesa, sino también sobre mí misma. Irse lejos de todo lo conocido no es fácil. Hay momentos de nostalgia y dudas, pero lo que se aprende es inigualable.
Hoy miro para atrás y solo puedo sonreír al recordar todo lo que viví. Francia siempre va a ser parte de mí, no solo por su comida, sus paisajes o su historia, sino porque ahí crecí de formas que nunca imaginé, y junto con un idioma nuevo tengo conmigo amistades hermosas.
Escrito por: Abril
(Outbound 23/24, Francia D.1650)
Editado por: Rotex 4851